El nostre ‘agent especial’ a Londres, Lluís Abbou, ens acosta avui la figura d’un escriptor tan peculiar com dotat per la prosa i les descripcions. D’opinions interessants i discurs provocador, també ha seguit les passes de l’autor de James Bond a través de l’estret.
Montero Glez (Madrid, 1965) es hijo del viento, o de Cuatro Caminos, según se mire, y su vida está marcada por Camarón de la Isla. Montero Glez es un escritor grande, de prosa brillantísima y macarra vivida por marginados. Glez no es políticamente correcto y siempre expresa sus opiniones de frente. Su obra es esa tétrica y funesta trastienda donde se ven reflejados los fantasmas del alma de este madrileño exiliado a Cádiz.
Autor de más de una docena de novelas, ha cosechado importantes premios como el Azorín o el Llanes de Viajes. En El carmín y la sangre (2016), distinguida con el Ateneo de Sevilla, el autor creó una trama novelesca en la que se combinan acontecimientos reales sucedidos en Gibraltar y la bahía de Cádiz durante la Segunda Guerra Mundial con historias de sexo y espionaje protagonizadas por Ian Fleming, agentes dobles, políticos y personajes populares de aquel sur de España que era retaguardia de la Gran Bretaña amenazada por el ejército alemán. Montero me conquistó con su pluma como pocos, sus novelas suenan auténticas. Van a leer hoy a un tipo fascinante.
Para empezar… El escritor Máxim Huerta fue brevemente Ministro de Cultura, ¿aceptaría usted la oferta?
Ehh… no [risas]. No creo, además, que ningún partido me propusiera [risas] tal asunto. Yo soy libertario. Anarquista quiere decir que no hay cargos, ni dinero ni protagonismo. El único protagonista es la acción, como en mis novelas. Yo huyo de la vanidad. Si alguien me lo propone, le diría que está muy confundido conmigo [risas].
Nació en Madrid y allí vivió hasta los 32 años. Después se fue a vivir al Sur y ahí sigue. ¿Por qué el Sur?
Porque el calor es más barato que el frío. No soy primo de un ministro ni se la chupo a no sé quién para conseguir un empleo. Además, vengo de una generación espontánea, no tengo ningún familiar en el poder o en el mundo editorial; no tengo dinero y he de buscarme la vida y en Madrid todo es muy caro. En el Sur la vida es más barata, el mar me da casi todo lo que como y además hace sol. En Madrid hay mucha ansiedad que hace que dejes de mirar al prójimo y pienses sólo en ti mismo. Yo no me quise convertir en un egoísta. En Cádiz me contamino de vida, hay mucha más literatura. Cuando salgo de Madrid me doy cuenta de todo el tiempo perdido. Mi trato aquí es con pescadores y gente sencilla, de cultura, porque para mí la cultura es la sangre. La verdadera cultura no es saber fechas ni citas ni tener un máster; esto no es más que un adorno peligroso. La prueba está en que el pueblo más culto del mundo, el alemán, se dedicó a perseguir judíos por Europa hasta hace poco. La gente culta la encuentro en bares y no en los despachos editoriales, donde por cierto no se lee.
Yo soy libertario, huyo de la vanidad
¿Tiene Montero Glez una magdalena?
Mi magdalena es el bocadillo de calamares. Aquí, en el Sur, cuando pido un bocadillo de calamares se sorprenden. Yo cierro los ojos y me transporto a un bar en Cuatro Caminos, El Racimo de Oro. Me veo con mi padre, mi madre y yo muy pequeño sentado encima de la barra entre frituras detrás de aquel escaparate con los calamares pintados… y ese olor. Y luego, al salir íbamos hasta el varadero a comprar a un matrimonio mayor, lo que ahora serían manteros, unos tebeos: El Capitán Trueno, 13 Rue del Percebe… Eso es mi magdalena.
¿Le gusta el francés Marcel Proust?
Le considero un grandioso literario pero no me gusta porque prefiero una novela del oeste, prefiero leer otras cosas. Proust también es venenoso porque mira que me pasó: leí sólo el primer volumen de En la búsqueda del tiempo perdido y lo soñé. Lo soñé entero, página por página. Tardaría quince días en leer el libro pero en ocho horas soñé palabra por palabra. Ahí comprendí aquel teatro imposible de Federico García Lorca que decía que «el sueño va sobre el tiempo flotando como un velero». Se lo dije a mi señora y me dijo que acabaría mal… [risas]
Leí en alguna parte que El carmín y la sangre era una novela extrema… ¿porqué una novela extrema de espías?
Por un lado, es extrema por la sociedad porque supera el justo medio y las fronteras. La segunda Guerra Mundial en Andalucía se vivió de una manera crucial por el Estrecho de Gibraltar, donde se desarrolló la batalla de los submarinos. Los ingleses llevaban sus barcos llenos de mercancía a Inglaterra y los alemanes les boicoteaban los convoyes. En esta zona la posguerra de la Guerra Civil española se convirtió en la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, está Ian Fleming que mucho antes de ser autor fue un infiltrado destinado a Gibraltar para organizar una red de espionaje en el Estrecho y detener ese sabotaje al que eran sometidos los buques ingleses. Sus novelas también son extremas, y significaron un paso adelante para la novela del género negro que sufrió un lapsus después de la II Guerra Mundial hasta que llegó Mickey Spillane con su Mike Hammer. Esa novela dio una vuelta de tuerca a todo lo que se había hecho hasta entonces y Fleming llevó ese estilo extremista creando a James Bond ––más exagerado, mujeriego y violento que Hammer pero con la flema británica.
Mi visión de El carmín y la sangre es una gamberrada contando algo serio como es una guerra, ¿está de acuerdo?
No puedo estar más de acuerdo. Es una gamberrada con un final esperpéntico en el que recupero mi afinidad con Valle-Inclán después de Pólvora Negra. Lo hice porque el final me lo pedía.
Bond es más exagerado, mujeriego y violento que Hammer pero con la flema británica.
¿Es todo real lo que cuenta?
Sí, todo. Lo de la Venta de Vergas me lo contaron ahí, que llegó un destacamento de Nazis que quería montar una fiesta y mandaron desnudar a los cantaores y bailaoras. A mí eso me sorprendió porque es algo que no está en los libros. Empecé a brujulear hasta que di con los nombres y descubrí que esos Nazis eran de un submarino que habían salido para coger aire. Aunque fueran Nazis no hay que quitarles lo difícil que era sobrevivir en un submarino en la puerta del infierno [el punto caliente del Estrecho] durante una guerra mundial. Y hacían eso, salían y se iban de fiesta. Fleming se quedó un tiempo allí, luego se fue a Lisboa y finalmente a Nueva York, todos esos viajes son reales.
¿Imagina una película de su libro?
El mundo del cine es muy resbaladizo. A mí me han comprado casi todas las obras para llevarlas al cine, pero después no las han hecho. Es un mundo muy hermético, sobretodo en España. Aquí la cultura está tomada como un adorno, el cine es un medio muy caro y la gente envuelta en él vive en el recelo y no se abre a trabajar en equipo ni a nuevas ideas… viven de espaldas a la calle.
Yo creo que, si alguien alguna vez me lleva algo al cine, no será un español. De hecho, películas españolas… [veo] muy pocas. Y eso que las pago, como tú y como hijo de vecino. Smoking Room (2002) me fascinó, es una muy buena película con poco presupuesto y buen dialogo. El problema de España es que no hay buenos guionistas y se creen que por tener dinero uno ya es director de cine, y no es así. Para ser buen guionista se tienen que haber roto muchos guiones. Tarantino es un grandioso director porque antes fue un venerable guionista, pero en España no hay ejemplos. En este país hay cuatro familias que se benefician de los Presupuestos Generales del Estado y las subvenciones y no dan cuartel a nada. Es bastante lamentable, pero España es un país donde hubo una Guerra Civil que terminó con un pueblo que pagaba con sus impuestos a los militares que se levantaron en armas contra ese mismo pueblo. De eso hace más de 80 años y todavía no nos hemos recuperado. El cadáver de Franco sigue oliendo y el franquismo anda todavía metido en la sociedad porque sus herederos siguen en las instituciones y no dejan llegar nuevas ideas o a gente como yo, que viene de una familia que luchó contra el franquismo.
Para ser buen guionista se tienen que haber roto muchos guiones
¿Por qué cree que en España sigue habiendo tantas novelas sobre esta época?
La herida no está cerrada porque antes hay que sanarla, luego, por si sola, se va a cerrar. En España la llaga no está sanada porque hay un fantasma. Estamos empeñados en mostrar que hubo una guerra entre dos bandos hermanos y ambos fueron igual de buenos o igual de malos. Y de ahí no salimos, que sí, que es una verdad, pero una tan obvia y tan poco profunda que con tanta superficialidad una herida no puede sanar… quienes defienden ese argumento también dicen que nuestra transición fue modélica. Son los escritores del 78, los que me preceden, que son todos unos escritores a los que se les ha regalado el puesto y vienen bendecidos por la monarquía. Gente poco revolucionaria y acomplejada. Además, están ahí desde jóvenes, desde que empezó la transición y ahora están aquí, no tan jóvenes (si es que alguna vez lo fueron, porque la juventud está en el espíritu), y se encuentran con una generación que les pone en duda y dice que la Guerra Civil fue un conflicto entre hermanos capitaneados por un tipo que se alzó en armas para arrasar al pueblo. Estos empiezan a profundizar… yo estoy con ellos, con la gente que me sucede, la gente que salió a las calles el 15M.
¿Es Gibraltar español o inglés?
Es una roca que forma parte de una península, en este caso llamada Ibérica. Yo soy libertario y un patriota que confunde los limites de su patria con los de la humanidad. No me gustan las fronteras. Soy antinacionalista, aunque si estoy a favor de la independencia de los pueblos. Yo estoy a favor de que Gibraltar sea independiente de banderas, que sea una roca abierta para que todo el mundo que quiera pueda disfrutarla. Pregúntale a un mono a ver si se siente español o ingles… que tontería, ¿no?
¿Quién es nuestro Shakespeare?
[Ramón María del] Valle-Inclán. Sí, un generador del lenguaje y que además homenajeó a Shakespeare en Luces de Bohemia, en la parte de los enterradores. Es la obra de teatro que más me gusta escrita en castellano.
Y ya para terminar, ¿quién es Camarón de la Isla para Montero Glez?
Un maestro y el señor del tiempo y de sus mudanzas. Eso quiere decir que recogía el pasado, lo traía hasta el presente y lo proyectaba al futuro.
De Manacor a Londres seguint els passos d’Ian Fleming i estudiant Filologia Anglesa a 1.752km de Mallorca