Las mujeres de Whitechapel

Opinió / Lluís Abbou

 

Desde el infierno, Mr Lusk:

Señor, os envío la mitad de un riñón que saqué de una mujer y que he preservado para usted. La otra parte la freí y me la comí. Fue deliciosa. Quizá os envíe el cuchillo ensangrentado si aguardáis un poco…

Atrapadme cuando podáis.

Hubo una vez una carta con un sello del infierno. Tal cual, sin florituras literarias. Su autor la escribió desde la profundidad más oscura del averno y desde allí la envió a la casa de George Lusk, líder del Comité de Vigilancia de Whitechapel, en Londres. La epístola terminó sobre el escritorio de Lusk el 16 de octubre de 1888.

Entre la pila de manuscritos, sobres y expedientes que atestaban la mesa, la carta destacaba por los ángulos de su caligrafía, afilados como hojas de cuchillo. También porque iba acompañada de un frasquito lleno de alcohol en el que flotaba medio riñón humano, hinchado y blancuzco.

El autor de la carta del infierno no era el demonio, si bien pocas personas han estado tan cerca como él de encarnarlo. Aunque al escribir la escueta misiva prefirió no firmar, en 1888 el remitente empezaba a ser ya una persona conocida en Londres. Después de haber cometido cuatro sangrientos asesinatos se estaba popularizando su apodo, que los vecinos de Whitechapel susurraban en las calles: Jack the Ripper. Jack el Destripador.

Entre el verano y el otoño de 1888 el asesinó sembró el terror en Whitechapel, un barrio a poco más de cinco kilómetros del centro de Londres y que en plena época victoriana difería mucho de ser el distrito vanguardista y de moda que es hoy. En sus calles se entremezclaba criminalidad, borrachera, racismo y puterío. Rusos, polacos e irlandeses se veían obligados a vivir hacinados inmersos en la pobreza. Con ese telón de fondo, Jack el Destripador cometió su primer asesinato el 31 de agosto de 1888. Su víctima fue Mary Ann Nichols. La policía encontró su cadáver de madrugada, en la actual calle Durward. Un par de cortes atravesaban su garganta y su abdomen estaba rasgado con una hendidura e incisiones.

Durante semanas se sucedieron otros homicidios. Todos brutales, sádicos y descarnados. Las víctimas siempre eran mujeres. El 8 de septiembre los agentes encontraron los restos de Annie Chapman. Días después, el 30 de ese mismo mes, se descubrieron dos cuerpos más: Elizabeth Stride y Catherine Eddowes. La primera “sólo” había sufrido un corte profundo en el cuello, lo que llevó a pensar a los investigadores que el asesino se habría visto sorprendido durante el crimen. Con la Eddowes se cebó. Se supone que el fragmento de riñón que recibió Lusk pertenecía a la desventurada Catherine Eddowes.

Poco más de un mes después llegó el último de los cinco asesinatos de Jack el Destripador. La elegida fue Mary Jane Kelly. La instantánea, en blanco y negro, no es agradable. Los agentes la descubrieron tendida en su cama. Salvo el de Stride los cadáveres solían aparecían mutilados, desfigurados, con cortes en la garganta, el vientre y la zona genital. Para asombro de la policía en Scotland Yard aquella oleada de crímenes ocurrió en un radio de 1,5 kilómetros.

A pesar de los esfuerzos que realizaron y la infinidad de teorías que han circulado hasta la fecha, los sanguinarios hechos ocurrieron hace 132 años y aún no se ha averiguado la identidad de Jack el Destripador. Más de trece décadas de hipótesis dejan sólo una irónica conclusión: Jack el Destripador ha creado más asesinos que cadáveres. Si se analiza el número de identidades que se le han atribuido, su funesto rastro de víctimas palidece. Sólo a finales del siglo XIX, la policía de Reino Unido llegó a investigar a más de 300 sospechosos.

En torno a la incógnita de quién sostenía el cuchillo que acabó con la vida de estas cinco mujeres en Whitechappel durante 1888 se ha creado todo un universo. La lista de libros que indagan en el caso crece año tras año. Las calles que sirvieron de escenario para los macabros crímenes son hoy una atracción turística: un museo (Jack the Ripper Museum) recuerda los sucesos en el East End de Londres y rutas guiadas permiten a los visitantes revivir la atmósfera de la ciudad dickensiana y de sórdida pobreza de finales del siglo XIX. Trece décadas después Jack el Destripador es una pila de incógnitas y víctimas de carne y hueso. Además de un tétrico negocio. Hace una temporada una casa de subastas inglesa adjudicaba por 25.000 euros una de las cartas que se atribuyen al asesino.

Roca Editorial acaba de publicar en español un exhaustivo y contundente trabajo de investigación histórica muy recomendable sobre aquellas cinco personas asesinadas, Las cinco mujeres: Las vidas olvidadas de las víctimas de Jack el Destripador. En esta narración, la historiadora Hallie Rubenhold devuelve a estas mujeres su historia, su vida y su dignidad.

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