Lluís Abbou
Solteros sexys, hechos todos con el mismo molde, coqueteando en bikinis increíblemente pequeños no es una premisa innovadora. En una época en la que el objetivo principal de estos programas, ya sean el británico Love Island (grabado en Mallorca) o Gran Hermano, parece ser alentar a los participantes a ser tan explícitos frente a la cámara como sea posible, a las Barbies y Kens de Too Hot to Handle (Netflix) se les tienen prohibido besar, acariciar o cualquier otro tipo de contacto íntimo durante los 30 días que dura el concurso. Cualquier mala conducta da lugar a deducciones de un premio en metálico.
Sin embargo, parece la sensación de que la prometedora premisa de Too Hot to Handle se vio frustrada por la cobardía, ya que a los productores les preocupaba que la falta de acción hiciera que los espectadores se desconectaran. A los pocos episodios, se da permiso a los concursantes a saltarse las normas a través de relojes inteligentes que se iluminan con una luz verde cuando una pareja de modelos de Instagram ha sido capaz de “crear una conexión”, socavando por completo el único punto de venta del programa. Pero ¿es realmente posible enamorase en la TV? Se lo pregunto al británico Robert Van Tromp a través de una conversación por videoconferencia: “Si me lo hubieras dicho hace unos meses, me habría reído. Ahora, habiendo estado en un show así, te puedo asegurar que es posible”. Lo dice porque fue en Too Hot to Handle, filmada en una mansión en las paradisiacas islas Turcas y Caicos (cerca de las Bahamas), donde conoció a su actual pareja Christina Carmela, la piloto nativa de Sudáfrica. Ella, desde una lujosa habitación con vistas al Lago de Como, explica que es si puedes enamorarse porque pasas 24 horas con las mismas personas, “Robert lo sabe todo sobre mi. Antes de levantarnos de la cama ya sabe si tengo un buen día o no. ¡Yo ni quería un novio!”
En un mundo hiperconectado y en el que las estrellas de los concursos parecen vivir sus vidas en redes sociales, me pregunto cómo es para ellos no disponer de sus teléfonos mientras están en la villa. Christina afirma que fue “realmente duro” pero que ayuda que dos semanas antes del rodaje se sometieran a una desintoxicación sin teléfonos en la que no pueden utilizar sus móviles u ordenadores. “Una vez que estás en la casa, no hay distracciones y eso hace que también pases mucho más tiempo hablando con la otra gente”, añade. Me sorprende cuando me dice que quiere llegar a un millón de seguidores en Instagram, “ese es mi objetivo”, y eso será todo, diré “¡gracias, adiós!”. Unas ambiciones un tanto estrafalarias. Hablando con Robert, le pregunto si le preocupaba que sus familiares y amigos vieran que hacía debajo de las sábanas ya que las cámaras graban durante todo el día y no hay puntos muertos: “inicialmente te preocupa si vas bien peinado o piensas antes de hablar, pero a los pocos días te olvidas y actúas normal, como si estuvieras de vacaciones con tus amigos”.
Son muchos los que ven Too Hot to Handle porque apela a sus peores instintos. Principalmente: el deseo de burlarse de la gente, reírse ante sus contratiempos y hacer muecas de repulsión cuando profesan amor eterno el uno por el otro. Robert lo ve como una de esas cosas que puedes esperar si vas a un programa así “aunque no estoy diciendo que sea lo correcto”, se corrige rápidamente. A Christina algunos amigos le dijeron que no mirara ciertas redes sociales, pero afirma que “no tengo ni tiempo para Twitter, aunque ahora veo que son ciertos participantes los que crean problemas entre nosotros para tener un poco más de fama, pero tampoco tengo tiempo para eso”, afirma tajante.
Obviamente esta televisión es terrible. Pero, como siempre, es genial verlo. Tal vez porque, como dice Christina, “a la gente les encanta ver los problemas de los demás”. O, como afirma Robert, “es la combinación de dos cosas: el drama y el morbo”. El dinero y las relaciones en oposición crean una atmosfera de horror que ningún otro programa de telerrealidad puede ofrecer, además de los celos, la traición, la estupidez y la angustia que habitualmente abunda. Necesitarías un corazón de piedra para no reír.


De Manacor a Londres seguint els passos d’Ian Fleming i estudiant Filologia Anglesa a 1.752km de Mallorca