Opinió / Lluís Abbou
Hace sólo unos días, el 25 de junio, se publicó un informe del Pentágono que seguramente hizo felices a millones de personas. Aquellos fanáticos de Cuarto Milenio que han sido sujetos de burlas y etiquetados como fantasiosos ahora pueden decir que tienen razón: nos sobrevuelan Objetos Voladores No Identificados (OVNIs).
Su existencia fue confirmada por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos en un dossier al Congreso. Los marineros y pilotos estadounidenses han visto objetos volando por los cielos, viajando a velocidades inalcanzables para cualquier nave hecha por humanos. Lamentablemente el informe se muestra escéptico ante los extraterrestres, esos seres naturales de un lugar distinto a nuestro planeta. “Lo que es cierto”, bromeó Barack Obama en una entrevista televisiva, “es que hay imágenes de objetos en el cielo que no sabemos exactamente qué son. No podemos aclarar cómo se desplazan o su trayectoria… no tienen un patrón fácilmente explicable”. Anteriormente, se había publicado un video realizado por marinos que mostraba un OVNI planeando cerca de San Diego en 2019 y dos años antes vieron la luz grabaciones de objetos en el aire con movimientos muy rápidos en el sur de California. Cuando se les acercaba un avión, disparaban o se sumergían en el mar.
Si había alienígenas a bordo, han dominado el problema terrestre con la fuerza G ––la presión creada por una rápida aceleración o desaceleración. Las fuerzas G más altas que el cuerpo humano puede soportar durante algo más de una fracción de segundo son aproximadamente nueve. Las maniobras de los objetos voladores en California provocarían fuerzas G de varios miles. A ese nivel, el cuerpo humano quedaría reducido a una pequeña masa parecida a la mermelada de fresa.
Sólo en América se registraron 5,971 avistamientos en 2019. Esta ola de detección de vida espacial llegó a su punto culminante en 1977 con la película Encuentros en la tercera fase, de Spielberg. Un retrato notablemente preciso de la mitología alienígena de la época: humanos abducidos, criaturas pequeñas y de cabeza gigantescas, encubrimientos del gobierno… Siguieron a esta cinta otras como la tenebrosa Alien (1979), la famosísima E.T., el extraterrestre (1982), la filosófica pero entretenida Contact (1997), la visualmente impactante Independence Day: Contraataque (2016) o la sofisticada, introspectiva La llegada (2016). Todas parecen compartir moraleja: vamos en busca de extraterrestres y nos encontramos a nosotros mismos o, alternativamente, descubrimos que nosotros somos los extraterrestres o, tétricamente, los extraterrestres intentan terminar con la especie humana. “No nos interesan los asuntos de vuestro planeta”, dice el alienígena humanoide Klaatu en Ultimátum a la Tierra (1951), “pero si amenazáis con extender vuestra violencia la tierra quedará reducida a un montón de cenizas”.
Es plausible que la obsesión con los OVNIs pueda explicarse como una reacción a Hiroshima y Nagasaki. Los bombardeos atómicos demostraron que la tecnología no tenía límites: podemos destruir el planeta entero con nuestro ingenio. En la situación amenazadora del mundo actual, cuando la gente empieza a comprender que todo está en juego, la fantasía se eleva más allá de los poderes terrenales. La supuesta existencia de extraterrestres ha creado una mitología contemporánea para explicar el mundo. O, en otras palabras, ha creado una religión. Muchos individuos convencidos de la existencia de alienígenas comparten un anhelo desesperado de que todo sea verdad. Y, como todo creyente, esperan una aparición que cure la maldad terrícola.
Buscamos constantemente signos de sofisticación tecnológica más allá de la Tierra. Pero ¿qué estamos esperando encontrar en lo que el matemático Blaise Pascal llamó “el silencio eterno de estos espacios infinitos”? En un planeta que orbita una estrella mucho más antigua que la nuestra, es posible que sólo haya vida microscópica. O puede que no descubramos nada en absoluto. No sería una completa decepción. No hay motivo para pensar que los extraterrestres son como nosotros o como E.T. Al menos sabríamos que compartimos este silencioso espacio infinito con organismos inteligentes y biológicamente adeptos. Por ahora, los marcianos no son más que expresiones de ansiedades humanas.
De Manacor a Londres seguint els passos d’Ian Fleming i estudiant Filologia Anglesa a 1.752km de Mallorca