Opinió / Lluís Abbou

 

Hace sólo un par de horas que me han inyectado la primera dosis de la vacuna de Moderna para el Coronavirus. La semana pasada el gobierno de Boris Johnson anunció la inoculación a mayores de 18 años. Así, la sanidad pública ha ofrecido la vacuna a todos los mayores de edad de Reino Unido y ha pinchado a día de hoy (lunes 21 de junio) a un 70% de la población. Cuando recibí el mensaje de texto no necesité que me lo repitieran. Pinché en el enlace que adjuntaron en el SMS y, sorprendentemente, pude reservar una cita.

La gran mayoría de mis amigos se va a vacunar. Uno de ellos incluso me dijo recientemente que había decidido sólo verse con gente inmunizada. Otros muy pocos dicen que no quieren lidiar con los efectos secundarios de la vacuna y quieren “esperar un poco y ver qué pasa” ya que desconocen los efectos secundarios a largo plazo. En internet, parece también que mucha gente está preocupada por cómo puede afectar a su fertilidad.

Una encuesta de febrero realizada por Saber Vivir reveló que un 20% de la población española no quería vacunarse, mientras que más de la mitad de los encuestados pensaban que tenía que ser obligatoria. Puede haber temores y dudas sobre la vacuna, pero aquellos que dudan deben pensarlo cuidadosamente. Los efectos secundarios de la inyección son mínimos y temporales. Los pequeños dolores musculares y la fiebre pueden ser un impedimento, pero significa que la vacuna está haciendo su trabajo. Las vacunas protegen de las infecciones al estimular la creación de anticuerpos contra un germen concreto. Los efectos secundarios como fiebre y fatiga son una manifestación física a una respuesta inmune exitosa.

Hay algo entrañable en la intensidad de las opiniones sobre las vacunas de Covid. Hablando veo que Moderna tiene un valor de rareza. El Reino Unido sólo compró 17 millones de dosis de dicha vacuna. Con la de AstraZeneca estás corriendo con la manada (aunque al menos tienes inmunidad) ya que es la que más se administra. Desafortunadamente, los humanos anhelan la distinción, por lo que han sido pinchados con AstraZeneca no paran de buscarle problemas, generalmente efectos secundarios. A los de la Pfizer no se les oye nunca quejarse de dolor en el brazo o síntomas leves ––no es porque no los tuvieran, es porque ya eran especiales.

Mientras tanto, sólo el 2% de África subsahariana ha recibido una primera dosis. Tailandia, envuelta por un brote severo, apenas está comenzando con las vacunaciones masivas. Recientemente el político Dominic Cummings tuiteó una fotografía de una pizarra de Downing Street en la que se escribió una estrategia para afrentar la pandemia en marzo del año pasado. Una de las cosas de la pizarra decía: “¿A quién no salvamos?”. Muchos se sorprendieron, pero desde entonces la política se ha basado en eso. Este virus obliga a los gobiernos mundiales a tomar decisiones horrendas sobre quién o qué están dispuestos a sacrificar a cambio del bien común: cuántos trabajos (y cuánta pobreza) se pondrá en riesgo con un confinamiento; qué pasa si los quirófanos se cierran; cuánto aumentarán los casos si se flexibilizan las restricciones… Ahora debemos asegurarnos de que los países menos desarrollados también pueden vacunarse.

Todas las vacunas son un triunfo de la ciencia moderna. La del Covid es el único faro de esperanza que tenemos en estos días oscuros. Este virus no desaparecerá, pero dado todo lo que ha sucedido durante el año pasado, voy a aceptar con considerable gratitud lo que las vacunas harán por mi salud y por el bienestar de los demás.

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