Opinió / Lluís Abbou
A medida que el número de casos de Covid-19 aumentaban drásticamente en Europa y los Estados Unidos durante la primera parte del año pasado, algo extraño parecía estar sucediendo en el sur. El número total de muertos de Sudáfrica no superaba las cien personas, mientras que en España o Gran Bretaña fallecían 1.000 personas al día. La tasa de mortalidad de la India durante este período fue tan baja que se la calificó de “misterio”. Conclusiones más seguras parecían explicar lo que pasaba en África: algunos pensaban que se había librado porque tomaron medidas decisivas al principio de la pandemia; otros decían que el continente se había salvado por su clima cálido, su baja población de ancianos y sus buenos sistemas de salud comunitarios.
La mayor parte de este razonamiento fue especulativo. Sin embargo, a fines del verano de 2020, estaban surgiendo dos tendencias claras. Mientras Europa occidental estaba sufriendo una primera ola devastadora, África y el sur de Asia estaban experimentando una tasa de infección lenta, a veces estancada, y un número de muertes relativamente bajo. Ahora, esas tendencias se están invirtiendo. Con la vacunación ganando impulso en el rico norte global, la pandemia en los países occidentales finalmente parece estar menguando. Lo contrario está sucediendo en los países de bajos ingresos, los del sur.
La atención médica de dichos países está colapsada y carece de recursos, y la recopilación de datos es limitada (así que los números de defunciones no son reales). La mayor parte de la población mundial que no forma parte de los países ricos se enfrenta a una crisis de Covid prolongada. De hecho, para varios países no hay forma de estimar cuándo terminará la pandemia. Lo que les queda por delante es un periodo de incertidumbre, ya que las poblaciones intentan, e inevitablemente fracasan, coexistir con el virus.
Por cada medida restrictiva que colocó a África y el sur de Asia en una buena posición al comienzo de la pandemia, hay otra que la socava. Es cierto que con legado del Ébola existen sólidos sistemas comunitarios de salud en partes de África occidental. Esas redes pueden crear conciencia, pero sin la capacidad de realizar PCRs no se pueden saber las tasas de infección. Lo mismo se aplica a las cifras de mortalidad. En las zonas rurales, muchas personas no tienen acceso hospitales y demasiadas muertes no se registran formalmente. El miedo al estigma social que puede conllevar un diagnóstico de Covid hace que algunas familias entierren apresuradamente a sus fallecidos, sin obtener un diagnóstico ni alertar a familiares o conocidos.
Derrotar exitosamente al virus depende de tener cifras sólidas. Sin ellas, los científicos están luchando contra esta enfermedad en la oscuridad. Cuando se permite que un virus se propague silenciosamente y los científicos no tienen datos para trazar su trayectoria, es difícil saber qué está sucediendo hasta que se produce un aumento traumático en las tasas de mortalidad. Esta es la realidad en la India. Sudáfrica y Etiopía se encuentran en distintas etapas de confinamientos mientras sus gobiernos improvisan programas de vacunación. Kenia ha salido tambaleándose de otro estado de alarma, pero mantiene un estricto toque de queda. Egipto parece encaminarse hacia el pico de su tercera ola. Las principales estrategias de supervivencia para estos países son bucles de cuarentenas nacionales y flexibilización de las medidas. Esto da tiempo a los gobiernos y reduce la presión de los hospitales, pero en el proceso destrozan la economía.
Pero… ¿qué podemos hacer? El hecho de que la pandemia no se esté desarrollando en los países más pobres con la misma virulencia que vimos en los países occidentales no significa que no haya incendios lentos y mortales, que podrían convertirse en un infierno.
Cuando el mundo vio las imágenes de la India que mostraban cremaciones masivas, el país ya estaba inmerso en una crisis. Esas imágenes llevaron a Joe Biden a revertir su posición y comprometerse a enviar ayuda. Me apuesto que, si el mundo hubiera estado expuesto a imágenes similares de otros países, se habría vuelto insostenible para Occidente mantener el apartheid de las vacunas. No deberíamos tener que esperar a que imágenes impulsen la acción. Lo que se requiere es algo mucho más ambicioso que donaciones de vacunas.
El mundo necesita un ejercicio logístico global, un nuevo plan Marshall que proporcione apoyo financiero y tecnología médica. En Estados Unidos, senadores, ONGs y una unión de 175 exlíderes mundiales y premios Nobel se han unido para presionar a Biden para que renuncie a la protección de propiedad intelectual de las vacunas. A medida que el virus retrocede en Europa, es el momento de aplicar este tipo de presión sobre los líderes para liberar al sur de su destino. Para cuando se aclare el número real de muertes e infecciones en los países más pobres, será demasiado tarde para muchas personas.
De Manacor a Londres seguint els passos d’Ian Fleming i estudiant Filologia Anglesa a 1.752km de Mallorca