Opinió / Lluís Abbou
Estoy orgulloso de formar parte de la generación del milenio. No lo veo como una manera despectiva de describir a nadie o como un insulto. Me gusta nuestra cocina generacional (principalmente a base de aguacate) y me descojono a solas cuando me pongo a intercambiar memes con mis amigos. La generación miléncia engloba a esa gente que nacimos entre 1981 y 1999, jóvenes que crecimos con el cambio de milenio, en plena prosperidad económica antes de la llegada de la crisis. Gente que creció con High School Musical cuando el WhatsApp empezó a formar parte de nuestras vidas a los 13 o 14 años.
Los de la Generación Y somos, por desgracia, nativos digitales. Nos caracterizamos por dominar la tecnología como una prolongación de nuestro propio cuerpo. Los estudios dicen que no nos gusta tener hijos, asentarse en relaciones largas y, mucho menos, casarse. Muchos jóvenes pertenecientes a la Generación Yo se sienten frustrados porque, según ellos (o nosotros), son frenados por quienes tienen una cultura propia del mundo pre-digital que establece que somos incapaces de hacer nada.
De todas formas, pero, creo que se nos ha mentido. Hemos sido vendidos sin valor alguno… la primera gran trola es el ‘brunch’: largas colas, comida cara, huevos poco cocinados, poco pan para un domingo (o ahora ya cualquier día). Luego están las bodas. Las generaciones anteriores a nosotros, los padres y abuelos de los nacidos entre 1980 y 1999, sabían muy bien cómo darse el ‘sí quiero’: iglesia más cercana a su casa, un restaurante local y cercano, la novia con un vestido con un poco más de encaje de lo normal. Dicha generación no sentía la necesidad de organizar una boda que podría competir con la puesta en escena de Beyoncé en la Super Bowl.
“¿Quieres que te explique el menú?”, me preguntan muy a menudo los camareros cuando me dispongo a leerlo. Asombrado, asiento y, con una sonrisa en la cara, me recomienda pedir dos o tres platos —“por persona”, dice. En primer lugar, si hay una necesidad de “explicar” un menú, entonces debe quedar muy claro que éste está muy mal hecho. En segundo lugar, dos o tres platos por persona nunca son suficientes. Cinco apenas servirían para matar el apetito. No tiene ningún sentido, nada tiene sentido. Patético.
Las opiniones eran vistas por nuestros antepasados como una cosa para intercambiar, evolucionar y aprender. Ahora se ven como proclamaciones permanentes totalmente irreparables para hacer ver al mundo como de bueno e inteligente uno es. Esos puntos de vista, considerados universales y únicos, normalmente se dan a través de redes sociales como Twitter, donde cada uno dice una cosa distinta.
Debido a que nacimos bajo la sombra de la prosperidad, somos personas que sí podemos completar los estudios universitarios (siempre con la ayuda incondicional de nuestros padres). Esto, pero, seguramente está a punto de cambiar, pero ese ya es otro tema.
No hay nada que reúna a un grupo de gente como otra de nueva. Los adolescentes ahora tienen otro nombre: son la Generación Z. Y tal vez, antes de lo que pensamos, tendremos el placer de analizarlos de una manera preocupada, tal como lo hicieron los X con los de la genración Y. Esto de las geraciones son una cosa tranquilazamente prosaica, jerárquica y predecible. Mientras tanto, seré un adulto del milenio en un brave new world (“mundo feliz”).


De Manacor a Londres seguint els passos d’Ian Fleming i estudiant Filologia Anglesa a 1.752km de Mallorca