¿Silenciamiento del COVID19?

Opinió / Lluís Abbou

 

¿Por qué la pandemia de la gripe de 1918 no es más prominente en nuestra historia y es casi invisible en nuestra literatura? Es una ausencia asombrosa. Las estimaciones sobre su impacto varían. Sin embargo, cuando uno lee que un tercio de toda la población mundial probablemente contrajo la gripe española y que mató entre 50 y 100 millones de personas (hasta el 5% de los habitantes del planeta en ese momento) resulta fácil imaginar la magnitud de los catastróficos eventos.

A día de hoy, 4 de enero, el Coronavirus ha provocado 1.8 millones de fallecidos (y 84.000.000 contagios frente a los 500.000.000 de la gripe de 1918) Cuando finalmente terminó la pandemia en abril de 1920, había matado a unas 25% veces más de personas que cualquier otro brote de gripe en la historia. Posiblemente terminó con más vidas que la primera y la segunda guerra mundial juntas. Ni el Frente Occidental, ni la fallida invasión de Rusia por Hitler, ni la sangrienta Batalla del Somme ni Hiroshima terminaron con tantas vidas como la gripe española de 1918.

El brote de 1918 se denominó “gripe española” porque España, que permaneció neutral durante la Primera Guerra Mundial, fue el primer país en notificar públicamente casos de la enfermedad. China, Francia y Estados Unidos ya tenían contagios, pero la censura del momento mantuvo las infecciones fuera de los periódicos. Luego, el rey de España, Alfonso XIII, y varios miembros de su gobierno contrajeron la gripe. Esta serie de hechos desafortunados dejaron una huella permanente, conectando de por vida al país con la mortal plaga.

Una nueva investigación que examina cómo se pensaba sobre esas muertes en ese momento nos indica que el problema es que no se pensaba mucho en ellas, incluso teniendo en cuenta que se produjeron después del baño de sangre de la Gran Guerra. En contraste con la contienda hubo una falta de conmemoración de las víctimas de la pandemia, lo que los autores llaman “silenciamiento del dolor”. Dada la cantidad de monumentos y estatuas que tenemos, se destaca el hecho de que no hubo un solo monumento público a la pandemia. Curiosamente, como actualmente, la gripe española también provocó que la vida pública se detuviera. Las iglesias cerraron sus puertas. Las escuelas se convirtieron en hospitales de campaña y los maestros en enfermeras. Los teatros echaron el cierre. Los médicos quedaron indefensos. La gente utilizaba estrambóticas máscaras.

Ante tales cifras, parece increíble que nos olvidemos de la pandemia de 1918. Sin embargo, lo hacemos. Quizás eso se deba a que, a diferencia del voto para las mujeres, una enfermedad no tiene un premio final que ganar y celebrar. Tal vez sea porque, mientras las guerras tienen vencedores, las pandemias sólo dejan a los vencidos. La epidemia de la gripe española también fue un evento público: cambió el curso de la Primera Guerra Mundial (los alemanes afirmaron que les robaba la victoria); llevó a Suiza al borde de una guerra civil por la insuficiencia de respuesta oficial (algo que se está repitiendo); la mala gestión del virus en la India colonial dio un gran impulso al movimiento de independencia y en Gran Bretaña provocó una preocupación por la salud pública que inició la futura creación del sistema sanitario.

Como el Coronavirus (y como cualquier enfermedad) la gripe española no entendía de fronteras humanas o físicas. El humorista americano Groucho Marx enfermó en Nueva York y Mahatma Gandhi en Ahmedabad. El presidente de Turquía Kemal Atatürk la contrajo en Viena. El emperador de Etiopia Haile Selassie cayó enfermo en Addis Abeba. El poeta T.S. Eliot se infectó en Londres y escribió La tierra baldía mientras se recuperaba. Otras víctimas que se recuperaron fueron Franklin Roosevelt, la actriz americana Lillian Gish, el novelista Franz Kafka, el escritor D.H. Lawrence, el compositor Béla Bartók, Walt Disney, el poeta Ezra Pound y la aviadora Amelia Earhart. La lista de los que murieron a causa de la gripe tiene menos historia que la de los que se recuperaron. Falleció el pintor Egon Schiele y su esposa. El poeta parisino Guillaume Apollinaire también sucumbió, al igual que la mano derecha de Lenin, Yakov Sverdlov. También lo hizo el padre de Lawrence de Arabia, el hijo de Arthur Conan Doyle y el abuelo de Donald Trump.

Los investigadores argumentan que nuestra incapacidad para recordar ese hecho histórico nos dejó mal preparados para esta pandemia. Y parece que estamos repitiendo el error, fingiendo colectivamente que la vergonzosa cantidad de muertes no han sucedido. Tal vez Pérez-Reverte tenga razón y no hayamos visto suficientes cadáveres. 

La manera en que recordamos da forma a lo que viene después. Existe la esperanza de que la experiencia de esta crisis provoque cambios importantes. Reconstruir mejor es el lema que todos comparten, sin estar de acuerdo en nada más. Sin embargo, si la sociedad quiere olvidar la pandemia del COVID19, tal vez optemos por festejar en lugar de exigir un cambio. Después de todo, la década después de la gripe de 1918 se llamó los locos años veinte por una razón.

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