Dr. Frankenstein del siglo XXI

Opinió / Lluís Abbou

El novelista británico William Boyd conoció al cantante David Bowie en febrero de 1994 en una cena del consejo editorial de la revista de arte Modern Painters. En su diario personal, Boyd escribió que tuvo “numerosas conversaciones con Bowie”, quien “No bebe, pero fuma mucho”. Dijo que tenía un rostro “bastante arrugado, con los ojos muy abiertos” y lo describió como “Dolorosamente delgado.”

Bowie y Boyd coincidieron en más ocasiones y se hicieron amigos. En una de esas reuniones Boyd sugirió la idea de crear un artista de ficción y Bowie sugerió que el concepto funcionaría de manera mucho más eficiente si se publicara como un libro. Y empezó la farsa. William Boyd inventó un “pintor” estadounidense muerto al que llamó Nat Tate (por dos galerías de Londres, la National Gallery y la Tate Modern) y escribió su biografía. Luego, el equipo de Modern Painters y 21 (la editorial del cantante) transformaron el texto en una pequeña monografía de artista, bellamente hecha e ilustrada.

Boyd había estado recopilando fotografías anónimas compradas en mercadillos durante algunos años y así pudo producir fácilmente imágenes de las personas en la vida de Tate: su padre adoptivo, su galerista y el mismo Tate. No se puede negar el hecho de que fue la participación de Bowie en el eventual engaño lo que hizo que Nat Tate llamará la atención de los críticos de arte, medios y las altas esferas neoyorkinas. Bowie publicó el libro, organizó la fiesta de lanzamiento (el Día de los Inocentes de 1998) en Manhattan y leyó extractos del texto, absolutamente inexpresivo y aguantándose la risa.

Algunas personas afirmaron haber oído hablar de Tate mientras comían canapés, otras decían haber visto parte de su trabajo codeándose con otras caras conocidas del mundo del arte y todas estuvieron de acuerdo en que su corta vida, repentinamente terminada por él mismo, fue muy triste. Los eminentes periodistas que entrevistaron a Boyd estaban enormemente intrigados por este artista estadounidense olvidado, muy curiosos por saber cómo él había descubierto este talento pasado por alto. Un extracto del libro se publicó en el Sunday Telegraph.

“Todavía no sé lo que me impulsó a subir las escaleras de la galería que Alice Singer tiene en la calle 57 de Nueva York. Fue en junio de 1997. La exposición se titulaba Un aire abarrotado: el dibujo americano, 1900-1990 y parecía desmesuradamente ambiciosa para un espacio tan pequeño. […] Caía la tarde, tenía calor, estaba cansado y vagaba ante docenas de dibujos y esbozos anodinos cuando algo que nunca hubiera esperado me dejó atónito. Era un dibujo de 30 x 45 centímetros, en tinta, técnica mixta y collage: Puente no. 122.

No me hizo falta leer la cartela para saber que era de Nat Tate. No estaba fechado, pero sabía que debía ser de los primeros cincuenta, una pieza de su en otro tiempo legendaria (aunque hoy totalmente olvidada) serie de dibujos inspirada en El puente, el gran poema de Hart Crane. «Me gustan los puentes ––le dijo Nat Tate a un conocido [el escritor y crítico británico Logan Mountstuart]––, tan fuertes, tan simples, pero piensa en lo que fluye abajo con el río.»” ¿Quién no se dejaría llevar por ese elocuente testimonio? ¿Quién no se dejaría llevar por este elocuente párrafo inicial?

A un periodista londinense le pareció sospechoso que nadie en el mundo del arte, salvo algunos amigos de Boyd, hubieran oído hablar de Tate, así que se puso a investigar y descubrió que ninguna de las galerías mencionadas en el libro existía. A los pocos días, la portada del Independent leía “Cómo un novelista británico engaño al mundo del arte de Estados Unidos.” Y así nació el mito del gran engaño artístico de Nat Tate.

No son sólo las palabras las que hacen que esta historia sea convincente (y lo más importante, creíble), sino que las fotografías esparcidas por todas partes, tomadas de postales antiguas, agregan una dimensión solemne al personaje de Nat Tate. Todos los entendidos estaban demasiado asustados para admitir su falta de conocimiento sobre Nat Tate, así que en su lugar pretendieron saber exactamente quién era.

Cuando la historia real finalmente estalló, la vergüenza de los galeristas y críticos se barrió rápidamente bajo la alfombra, pero hubo una consecuencia inesperada de las acciones de Boyd: se había hecho un hueco en los libros de historia como uno de los mayores engaños de la industria del arte. En 2011, el cuadro de Tate (pero realmente de Boyd) Bridge no. 114 salió a la venta en la casa de subastas Sotheby’s. La pintura se vendió por £7.250, unos ocho mil euros. William Boyd logró venderle al mundo del arte una idea, una broma y luego los productos de eso, por partida doble ––un libro y una pintura. El caso es que, al vender el cuadro, Boyd se convirtió irónicamente en parte de ese mundo artístico del que se propuso burlarse. Boyd salió ganando.

De alguna manera, William Boyd se convirtió en el mismísimo Dr. Frankenstein, creando vida de la nada y manipulándola. Tate cobró vida y cada vez tiene que ver menos con su creador.

Net Tate, un artista americano: 1928-1960 publicado en español por Malpaso en 2014.

 

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