Opinió / Lluís Abbou

Veinte años después de su muerte, las visiones de Diana están reapareciendo. No son atisbos de un santo beatífico. No son ordenadas ni cómodas. Más bien, están llenas de indicios de que Diana era una mujer difícil. Una de las cosas más difíciles de ella era que a veces expresaba su infelicidad en público. Hubo la famosa entrevista de Panorama, pero también hubo grabaciones privadas hechas con su entrenador de voz, Peter Settelen, que son la base de un documental, Diana: In Her Own Words, que hasta ayer no puede ver a pesar de haberse estrenado hace un par de años.

¿Importa lo que ella dijo hace tantos años? Aparentemente sí, porque hay quienes sienten que estas cintas fueron una especie de terapia y no deberían ser de dominio público. La amiga de Diana, Rosa Monckton, expresó esta opinión. Su hermano, Earl Spencer, exigió que se parará la producción del programa ya que molestaría a los príncipes. Sus hijos no han dicho nada, pero han hablado conmovedoramente de la gran madre que fue en el documental Diana, Our Mother: Her Life and Legacy. Era una madre traviesa llena de diversión que quería que sus hijos conocieran la vida más allá de los muros de palacio.

Sin embargo, cuando escuchamos las palabras reales de Diana, todo se vuelve más complejo. Ella no era simplemente una madre demasiado joven. Lady Di estaba atrapada en dos instituciones miserables: la del matrimonio y la de una rancia familia real que hasta su muerte no empezó a actualizarse. Sólo se había visto con Carlos trece veces antes de comprometerse y él estaba enamorado de su hermana, pero eso es otra historia. La inocente Diana, al parecer, era ingenua y manipuladora incluso entonces. Pero también muy graciosa. Diana habla, por ejemplo, de estar “absolutamente traumatizada” por la infame respuesta de Carlos el día que anunciaron su boda cuando se les preguntó si estaban enamorados. Él cuestionó el significado de amor diciendo “sí supongo que sí, signifique lo que signifique estar enamorado” mientras ella respondió que, por supuesto, lo estaba. A medida que el matrimonio se volvía cada vez más miserable, Spencer sollozó a la Gran Dama pidiéndole consejos sobre qué hacer. Según ella, la reina le dijo que no sabía lo que estaba diciendo.

¿Hay algo nuevo aquí? ¿Es esto televisión de baja calidad? ¿O es un registro histórico importante? Como tantas veces con Diana, son ambas cosas, pero lo que es innegable es que su presencia, sus palabras ––por simples que sean–– perturban la narrativa real y no pueden ser ignoradas. Ella quería ser vista y escuchada y eso era problemático. Quería expresar cuán injustamente había sido tratada por su esposo y toda la familia ––y eso fue considerado como traición.

Su muerte hizo que la monarquía inglesa se diera cuenta de que tenía que modernizarse, pero también que tenían que apostar por novias que no fueran tan explosivas. Kate –– la fotogénica, insulsa y casi muda esposa del heredero al trono–– es una apuesta segura. Todos aman a la futura reina debido a sus cualidades de esfinge. Camilla ha sido finalmente aceptada, mientras Carlos habla sobre su año sabático permanente ya que parece que tiene asumido que nunca vivirá en el Palacio de Buckingham. Con Meghan, les ha salido el tiro por la culata y han perdido a Harry. Los Windsor se han recalibrado lo suficiente para asegurarse el consentimiento irreflexivo de público que necesitan para continuar. Entonces, de la nada, la voz de Diana vuelve a aparecer, exigente como es. Exigente porque se negó a aceptar su suerte. Cuando la bulimia ya no funcionaba como mecanismo de afrontamiento, se volvió más vocal. Ella hablaría de su infelicidad. Al hacerlo, reveló no solo sus propios problemas, sino cómo de alarmantes y crueles siguen siendo los protocolos de la familia real.

A Diana todavía se la culpa, de alguna manera, por la Dianaficación ––la muestra abierta de emociones–– que se desarrolló después de su muerte, y se dice que arruinó el estilo de duelo reprimido y rígido de la sociedad británica que lloró a moco tendido en medio de la calle su perdida. Su legado sigue teniendo que ver precisamente con esta apertura rebelde, su negativa a callarse, su exigencia de ser amada y tener algún tipo de vida. ¿Por qué todavía hay una necesidad de bajarle la voz para desinfectar la imagen de esta mujer turbulenta? Más de veinte años después, ¿qué tan amenazante puede ser hablar de su infelicidad matrimonial? ¿Y a quién amenaza? Yo digo que dejen a Diana hablar de una vez por todas.

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