Un oasis en medio del desierto

Opinió / Lluís Abbou

Hace unas semanas un conocido me contó que, durante sus días de camarero en Miami, en la década de los 80, había muchas cosas que no entendía, como la sémola. La gente la pedía y él la servía, pero no tenía idea de lo qué era. La otra cosa era el deseo de los camareros cubanos de ayudarle a preparar enormes platos de helado con nombres como “Suicidio de chocolate”. De repente se mostraban solícitos y esperaban las latas de crema batida. ¿Por qué? En la parte trasera de la sofocante cocina, escapando del pegajoso calor, aspiraban el óxido nitroso del aerosol. Un oasis en medio del desierto. Unos segundos de felicidad en medio de una larguísima jornada.

El óxido nitroso, o gas de la risa, no es algo en lo que pensemos mucho, aunque seguramente cualquier mujer que me lea y sea madre lo haya probado ––Entonox, que, en gran parte, te hace callar ya que estás demasiado ocupada respirándolo como para maldecir a tu pareja. Ahora esos pequeños botecitos de metal están en todas las calzadas de Londres. No es una droga novedosa; Wordsworth, el poeta, la usó. Es un pequeño silbido de tontería; un respiro de aire fresco durante una diminuta cantidad de tiempo sin muchos efectos secundarios. Ahora el gobierno inglés está intentando ilegalizarlo mediante un proyecto de ley que prohíbe las emociones baratas porque, después de todo, un gobierno no tiene nada mejor que hacer. En realidad se llama Proyecto de Ley de Substancias Psicoactivas y tiene por finalidad vedar “cualquier sustancia que sea capaz de producir un efecto psicotrópico.” ¿Se están riendo de nosotros?

La legislación propuesta es, como han señalado algunos médicos, ridícula. Todo lo que estimula, deprime el sistema nervioso central o afecta el “estado emocional” de una persona es psicoactivo. Esto podría ser el aroma de las rosas; un cigarrillo electrónico de sabores; o esas gotas para los ojos que le ayudan a ver mejor. Sin embargo, no serán antipsicóticos o antidepresivos el té, el alcohol o el café, porque todas las políticas antidrogas se basan en las emociones, no en la evidencia. Esta nueva ley es, superficialmente, un intento de prohibir lo que no es legal hoy en día. Pero es peor que eso: es un intento de vedar cosas que le hacen sentir diferente. Las drogas, legales o ilegales, hacen eso.

La verdad es que algunas personas disfrutan de las drogas y otras no. Algunos se vuelven adictos; otros no. A algunas personas les gusta alterar su estado de ánimo; a otros no. Algunos comienzan a desintegrarse. Algunos toman drogas como su solución final y algunos encuentran en ellas su refugio. Algunos exploran los psicotrópicos y escriben excelentes blogs detallados sobre sus experiencias y otros bailan como si fueran tontos. La mayoría de nosotros no morimos. Creo, pues, que somos demasiado mayores para que alguien ––y menos un gobierno–– nos diga qué podemos ingerir o no. ¿Qué es esta niñera? ¿Dónde están las preocupaciones sobre la libertad? ¿Qué es esta coalición de puritanos?

En realidad, nada de esto se trata de ayudar a los adictos o salvar vidas. La distinción arbitraria entre lo legal y lo ilegal es histórica y no tiene nada que ver con la reducción del daño. Si lo fuera, el alcohol sería una droga de clase A. Las drogas sintéticas reales, fabricadas en Asia, que imitan los efectos de los opiáceos, la cocaína y el éxtasis se venden como sales de baño o incienso y están disponibles online o a la vuelta de la esquina. La legalidad no es el problema.

Son muchos los que están preocupados por el aumento de SIDA entre la comunidad gay, pero ningún equipo de gobierno está pidiendo la prohibición de los Poppers (un químico que al ser inhalado provoca la dilatación del ano. Las razones para querer eso, son obvias). ¿Por qué no simplemente prohibir la música electrónica? Bueno, lo intentaron. ¿Conoce la Ley de Justicia Criminal de 1994 de Reino Unido que dio a la policía el poder de cesar eventos donde la música que se estaba reproduciendo estuviera “caracterizada total o predominantemente por la emisión de una sucesión de ritmos repetitivos”? Escribir esto ahora parece una locura, pero la música altera su estado de ánimo.

Si eso suena demasiado jipi, hay que recordar que historias de drogas como fuente de dolor y adicción predominan los estantes, pero no son las únicas: hay alegría, hay expansión de la mente, hay destellos de otros mundos… Cuando yo ya no tenga responsabilidades, tengo la intención de tomar todas las drogas que me ofrezcan. Y serán psicoactivas, porque las mejores cosas de la vida lo son.

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