Opinió / Lluís Abbou
“Si yo tuviera todo esto, sería más amable,” dice Kim Ki-taek (interpretado por Song Kang-ho), uno de los personajes principales de la película Parásitos, sobre la nueva casa en la que trabaja: una mansión moderna llena de madera bruñida, vidrio pulido y todos los lujos imaginables, el polo opuesto al lugar donde Ki-taek vive con su familia: una choza subterránea en un callejón de Seúl. Para los Kim, esa propiedad brillante es como la tierra prometida, a sólo unos pocos vecindarios de su hogar y, sin embargo, completamente fuera de su alcance.
Esas dos moradas son el centro de Parásitos, de Bong Joon Ho, un drama increíblemente brillante que seguramente sea la película más emocionante del año, así como la más divertida y mordaz. Pocos cineastas pueden manejar una mezcla de tonos tan vertiginosa, pero para Bong, aparentemente uno de los mejores directores de Corea del Sur, es una marca registrada. Parásitos, que ganó por unanimidad la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes y arrasó en los Oscar convirtiéndose en la primera cinta de habla no inglesa en hacerse con la estatuilla a Mejor Película, es la definición de una experiencia imperdible.
Al igual que con muchas otras películas excelentes, cuanto menos sepa sobre la historia de Parásitos (escrita por Bong y Han Jin-won), mejor. Parásitos es una película inusual porque realmente la trama sólo tiene un gran giro. Ese enfoque habla de la intimidad de este filme, que se desarrolla en gran parte en las dos residencias antes mencionadas: una que pertenece a la familia Kim, que vive en la pobreza, y la otra a la familia Park, cuya elegante vivienda es como una ciudad amurallada que desborda con comodidades tecnológicas.
Ki-woo (Choi Woo-shik), el ambicioso hijo de Ki-taek, está cansado de doblar cajas de pizza para sobrevivir, consigue un trabajo como tutor para los Park y se embarca en una misión para repartir la riqueza. Todo es un subterfugio, y se logra mediante trucos de privilegio: conocer a las personas adecuadas, plagiar el diploma universitario apropiado y saber cuándo ser obsequiosamente deferente. Cuando toda la familia Kim se reúne dentro del hogar de los Park, las cosas comienzan a descontrolarse, pero los conflictos se desarrollan de una manera que son difíciles de predecir. Inicialmente, Parásitos parece una especie de thriller dickensiano, una comedia negra sobre los que tienen y los que no, una batalla silenciosa de clases. Una de las fortalezas de Bong es su amor por cada personaje. Todos en la película son algo tontos y simples, que es casi lo único que los une.
A medida que la trama de Parásitos se metamorfosea, la película se convierte en una historia sombría sobre cómo la polarización financiera y el capitalismo en etapa tardía han hecho que sea literalmente imposible para las personas entenderse a través de la división de clases. Bong logra eso, en parte, a través de su incisivo guión. De igual manera, el entorno de Parásitos también le permite al director experimentar con imágenes abrasadoras que utilizan rostros humanos y entornos domésticos sencillos para crear visiones de hilaridad y puro horror.
Parásitos destaca por su narrativa más que escalofriante. Todo lo que el espectador sabe es que Bong está contando una historia sobre humanos, lo que significa que es una comedia perfecta hasta que se convierta en una tragedia perfecta. Así que ya saben: déjense de la bélica y simple 1917, la larguísima The Irishman, la feminista Little Woman, la sangrienta Érase una vez… en Hollywood, la polémica Jojo Rabbit o el diabólico Joker y vayan a ver Parásitos ––a la que no soy capaz de atribuirle un solo adjetivo.
De Manacor a Londres seguint els passos d’Ian Fleming i estudiant Filologia Anglesa a 1.752km de Mallorca