Opinió / Lluís Abbou
“¿Has perdido peso?” me preguntan casi a diario. “Estás más delgado, ¿verdad?”, dicen mientras me miran con los ojos abiertos. “Tal vez, no lo sé… un poco”, suelo contestar. “¿Cómo lo has hecho?” continúan incrédulos. “No he hecho nada”, respondo yo. Entonces, querido lector: este es el momento donde, hasta ahora, generalmente mentiría. Este es el punto exacto en que diría: “sí, pierdo peso fácilmente. Metabolismo acelerado, imagino. Todo lo que tengo que hacer es caminar un poco más rápido y masticar un poco más lento durante una semana y, ¡boom!, llevo una talla menos.”
Pero aquí está la verdad, que me parece extraña de admitir tan claramente: he controlado lo que como desde hace un par de meses, he ido al gimnasio mínimo cuatro veces por semana. No me importa ir a levantar pesas a las 3 de la madrugada, antes de empezar las clases o de hacer lo que pueda tener que hacer esa mañana, porque ahora me gusta hacerlo. Hace un par de días, cuando me preguntaron esa misma cosa, intenté algo por primera vez en mi vida: conté toda la verdad y nada más que la verdad sobre lo duro que estoy trabajando para perder peso. No me encogí de hombros y no creé mitos. “Creo que sí he adelgazado, bastante además”, respondí, “porque hago sentadillas hasta en mi habitación. Y voy al gimnasio, y cuando puedo a natación hasta los domingos. Y cuido mi dieta… y no uso el ascensor… y voy a boxeo. Así que, sí, lo he intentado. Es divertido y funciona.”
Todos mentimos sobre nuestras elecciones conscientes y cotidianas de estilo de vida y desearía que a veces fuéramos honestos con algunos temas ya que ayudaríamos a otra gente a no perseguir el holograma de un cofre lleno de oro al final del arco iris.
Otro asunto que creo que precisa honestidad es si nuestros padres nos ayudan o no a comprar cosas de valor, como una casa o un coche o, por qué no, un iPhone o un ordenador portátil ya que decir la verdad sobre la ayuda económica que recibimos de nuestros progenitores va más allá del deber de verificar el privilegio de haber nacido en una familia o en otra; se trata de ayudar a alguien a no detestar su vida y señalar que la suya es el resultado de la pura suerte. Es un acto de altruismo muy pequeño que evitará que su amigo se siente en el autobús, después de haber cenado en su piso, mordiéndose las uñas hasta que sangran mientras piensa que no es posible para él tener una casa así, por qué solo puede alquilar una caja de zapatos, que su salario es una mierda, que su carrera no va a ninguna parte o que ha fracasado como adulto. Es un momento de vergüenza para usted que tranquilizará a ese conocido.
Aquí hay otra cuestión sobre la que no deberíamos mentir: las aplicaciones de citas online. Detesto las parejas que se conocen a través de Internet y no lo dicen a la gente. No estoy diciendo que todos tengamos que deambular con megáfonos, gritando a cualquier oyente que esté dispuesto a escuchar los entresijos de nuestro romance, pero muchas personas usan aplicaciones de citas online y, sin embargo, todavía parece haber un extraño tabú en torno a dicho tema. Numerosos solteros que están esperando conocer gente en el mundo real sólo lo hacen porque la gente que conocen en Internet no es sincera al respecto. Estas personas solteras permanecen singles durante mucho tiempo en busca del perfecto comediante romántico, que rara vez se encuentra. Si conoció a su pareja en línea y se lo cuenta a una de estas personas solteras, les ayudará a decidir si quieren permanecer fuera del mundo digital y sentirán una gran sensación de alivio al ver que su príncipe azul está tardando un poco más que los demás, o crearán un perfil en una de esas aplicaciones.
Escuchamos mentiras constantemente; ya sea un anuncio de easyJet ofreciendo vuelos Palma-Londres por 19,99€ (doy fe de que hasta principios de octubre no bajaron de los 150€) o las patéticas del miembro parlamentario Iain Duncan Smith “series de promesas basadas en una serie de posibilidades” de una Gran Bretaña posterior al Brexit. Es nuestra responsabilidad ser sinceros cuando importa; y particularmente a los que nos importan. No necesitamos ser exagerados; sólo honestos. Todos tenemos derecho a la privacidad y absolutamente todos tenemos derecho a ser un poco hipócritas (es demasiado difícil ser humano como para no serlo). Sin embargo, es importante que reexaminemos las mentiras que decimos, seleccionemos a mano las que puedan ser perjudiciales y comencemos de nuevo con honestidad. Eliminar esas mentiras no solo disminuirá el daño que podamos causar, pero también nos brindará una mayor sensación de serenidad, necesaria en este caos en el que vivimos la mayoría.
Cuantos más años cumplo, menos actúo. Mi adolescencia fue un espectáculo de cabaré de un chico que esperaba que incluso los extraños de los asientos baratos de primera fila le aplaudieran y tiraran rosas. Y esto es lo que aprendo cada 12 de febrero que pasa, a dejar de mentir sobre lo bien que estoy, lo fantástico que soy, lo inquebrantable que soy. La verdad es útil. Decir la verdad es la única forma en que podemos sentir la verdadera libertad. Es la única forma con la que podemos encontrar una felicidad comprensible y sostenible. Es la única forma con la que podemos formar conexiones reales y profundas con las personas.